'Ni le iba a pedir el requisito de que la quisiera'.

Colocó sus manos frías en la taza de té. Aspiró el aroma del incienso. Y le echó de menos. Le había dejado de servir la compañía de un buen libro, la compañía del sonido de la lluvia al encontrarse con el cristal, la compañía de la música que sonaba en su reproductor. Porque ahora sólo deseaba la de él. 'Ven, hoy (siempre) me apeteces'. Ni le iba a pedir el requisito de que la quisiera. Ella sólo quería su compañía. Ya le daba igual si había silencio, si se dejaban las miradas de lado. Sólo su presencia. Aquello era capaz de provocar calma en ella, armonía en la estancia. Le ofrecería un té. Le preguntaría si le molestaba el olor a jazmín del incienso. Sería educada, risueña y algo coqueta. Encontraría un comentario estúpido que le hiciera sonreír. Y su mano acabaría buscando a ciegas la de él. '¿Tienes frío? Acércate'. Se mordería el labio y miraría sus ojos con intención de perderse en ellos. En su mirada. Tendría miedo de que él se sintiera incómodo, de que no quisiera estar ahí. ¿Pero tendría el valor de preguntárselo? No. Simplemente disfrutaría de tenerle al lado. De poder observarle y de incluso poder tocarle. Acariciar su piel era adictivo. Como él. '¿Por qué me fascinas? ¿Por qué te necesito?'. Preguntas retóricas. Colocó sus manos frías en la taza de té. Aspiró el aroma del incienso. Y le echó de menos. 

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